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No hay forma de escapar: cualquiera que suba altura se verá afectado por el mal de altura si el cuerpo no ha tenido tiempo de adaptarse a las condiciones atmosféricas. Para algunos es a partir de 2500 m de altitud, otros a 3500 m o 4000 m, otros a partir de 5000 m o más. Y el entrenamiento físico no ayuda. Pero si cada uno reacciona de manera diferente, por otro lado, las condiciones que causan la enfermedad y los síntomas son más o menos idénticos para cada uno.
Esta pequeña página tiene como objetivo comprender los motivos del mal de altura, conocer los síntomas más comunes e identificar algunos principios sencillos a seguir para evitarlo. O cómo organizarte para aclimatarte, gestionar la altitud y disfrutar de la alta montaña en las mejores condiciones de seguridad y confort.
Se trata del hecho de que a medida que se gana altitud, la presión atmosférica desciende y cada vez hay menos moléculas de aire disponibles. El porcentaje de oxígeno sigue siendo el mismo pero simplemente hay menos aire para respirar, se vuelve más escaso porque la densidad es menor. Perdemos aproximadamente el 10% de aire por 1000 m, lo que es más del 60% del aire a 4000 m.
Al tener menos aire para respirar, el cuerpo tiene dificultades para suministrar oxígeno a los órganos vitales y a los músculos, y entonces nos encontramos en hipoxia. Los pulmones, riñones, cerebro y vasos sanguíneos se ven afectados principalmente.
La hipoxia obliga al cuerpo a entrar en una fase de adaptación para compensar la falta de oxígeno: aumento de la frecuencia cardíaca, aumento del flujo sanguíneo, frecuencia respiratoria. El cuerpo produce más CO2 sin poder evacuarlo con la suficiente rapidez. El esfuerzo físico asociado al cambio de altitud no ayuda y más bien tendería a precipitar la aparición de los síntomas.
Los primeros signos aparecen unas horas después del cambio de altitud, a veces al día siguiente: fatiga generalizada, lentitud excesiva, dolor de cabeza, ligeros mareos, dificultad para respirar, sensación de gases, náuseas. Las noches pueden ser difíciles con dificultad para dormir, apnea leve del sueño y sensación de que ya no se puede respirar. Estos primeros síntomas pueden, de persistir, empeorar con vómitos, incapacidad para orinar, fatiga extrema, pérdida de lucidez e incluso edema pulmonar o cerebral.
Y todos estamos sujetos a estos síntomas, más o menos rápidos o pronunciados, según la altitud y sea cual sea nuestro nivel de condición física o entrenamiento. También existen variaciones para una misma persona en función de otros factores como el frío, la humedad o el estado del momento.
Por tanto, lo principal es conocer estos síntomas, permanecer lúcido y atento cuando se produzcan y saber qué hacer en esta situación. Y mejor aún, respetar algunos principios básicos para anticiparse y prepararse con antelación favoreciendo la aclimatación.
Se trata esencialmente de una aclimatación de la sangre mediante la producción de glóbulos rojos gracias a una hormona, la eritropoyetina (EPO), secretada de forma natural por nuestro organismo. El transporte de oxígeno a los órganos vitales y a los músculos aumentará lo suficiente como para poder satisfacer las necesidades del cuerpo y, posiblemente, los esfuerzos físicos. Esta aclimatación comenzará a una altitud determinada después de varias horas y hasta varias semanas para una aclimatación completa.
Por tanto, el principio básico es darle tiempo al cuerpo para que se adapte y luego se aclimate. Al saltarse escalones, por ejemplo subiendo demasiado rápido sin respetar los niveles, se corre el riesgo de sufrir rápidamente los síntomas descritos anteriormente.
La altitud a la que vivimos habitualmente es importante. Alguien que viva a 1.500 m de altitud se beneficiará de una especie de preaclimatación para llegar a 3.000 m, a diferencia de alguien que viva al nivel del mar, que necesitará más tiempo para aclimatarse. Podemos considerar que el fenómeno de aclimatación se desencadena desde el momento en que subimos de 1000 a 2000 m por encima de donde nos sentimos cómodos.
Si los síntomas son leves, baja el ritmo, haz pausas, oblígate a no hacer nada, lo ideal es dejar que el cuerpo se adapte por sí solo. Pasar 1 día más a la altura que empieza a causar problemas puede ser muy beneficioso para hacerlos desaparecer.
Si los síntomas persisten o empeoran no insistir. Detente, date la vuelta y vuelve a bajar si es necesario. Para valorar el grado de gravedad de los síntomas, Kilian Jornet nos da los siguientes puntos de referencia:
A partir de 6 puntos, es imprescindible descender al menos entre 500 y 1.000 m.
Teniendo en cuenta toda esta información, aquí tienes los principios a seguir que cada uno puede adaptar según sus experiencias y su sensibilidad al mal de altura:
Por ejemplo, para una caminata con una cumbre a 4500 m, puedes organizarte de la siguiente manera:
Lo habrás entendido, la clave es el tiempo, es tomarte tu tiempo. La carrocería está muy bien hecha y funciona perfectamente si se le da tiempo para trabajar.
Es por eso que aquí no se analizan posibles medicamentos que ayuden.
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